¡Ay, familia! Soy yo otra vez, Mili, y hoy les traigo un viaje en el tiempo que me tiene con el corazón en un puño. ¿Están listos para recordar cómo eran las vacaciones de verano en Progreso, Yucatán, hace 30 años? ¡Pues agárrense, que esto va a ser más emocionante que cuando encuentro una casa colonial a precio de remate!
El otro día, revisando unas fotos viejas con Luis (ya saben, mi esposo y compañero de aventuras inmobiliarias), nos topamos con unas de nuestras primeras vacaciones en Progreso. ¡Madre mía! Era como ver otra época.
Imagínense esto: estamos hablando de los inicios de los 90. El malecón de Progreso estaba tan lleno de gente que parecía día de open house en una casa frente al mar. ¡350,000 personas! Más que todas las casas que he vendido en mi vida (y miren que llevo unas cuantas).
Y la fiesta, amigos, ¡la fiesta! Había tarimas con cantantes y animadores por todos lados. Era como un festival de música, pero en vez de estar en un campo, estábamos con los pies en la arena y el mar de fondo. ¡Quién necesita Coachella cuando tienes Progreso!
Ahora, hablemos de comida, que ya me está dando hambre. Los vendedores ambulantes eran los reyes del verano. Paletas, granizados, cocos… ¡Ay, cómo extraño esos cocos! Les juro que cada vez que vendo una casa cerca de la playa, no puedo evitar pensar en esos cocos fresquecitos.
Y la playa, ¡ni se digan! Estaba más llena que una casa en preventa. Gente nadando, haciendo deportes acuáticos, andando en bici por el malecón… Era como ver un anuncio de «La vida perfecta en la costa», pero en vivo y a todo color.
Pero ojo, no todo era miel sobre hojuelas. ¿Se acuerdan de la escasez de tortillas? ¡Madre mía! Teníamos que comer pan francés con el pescado frito. Aunque pensándolo bien, no estaba tan mal. Era como un toque gourmet avant la lettre, ¿no creen?
Y los embotellamientos, ¡santo cielo! Era más difícil llegar a la playa que conseguir una casa con vista al mar a precio de oportunidad. Pero valía la pena, se los juro.
Saben, cada vez que vendo una propiedad en Progreso, no puedo evitar contarles a mis clientes cómo era antes. Les digo: «Miren, están comprando más que una casa. Están comprando un pedacito de historia, de esos veranos que parecían eternos y que ahora recordamos con tanto cariño.»
Y es que, familia, eso es lo que vendemos en realidad. No solo cuatro paredes y un techo, sino la oportunidad de crear recuerdos como estos. De vivir veranos que se quedarán grabados en la memoria para siempre.
Así que ya saben, si andan buscando dónde pasar sus próximas vacaciones, o si están pensando en invertir en una casa en venta, Progreso sigue siendo ese lugar mágico. Quizás ya no haya escasez de tortillas (¡gracias al cielo!), pero les aseguro que la magia sigue ahí.
Y si necesitan una casita para revivir esos veranos de los 90, ya saben dónde encontrarme. Porque como decimos en la oficina: «No solo vendemos casas, vendemos máquinas del tiempo a veranos inolvidables.»
Los quiero, familia. ¡Nos vemos en la próxima aventura por el Yucatán de ayer y de hoy!